La humanidad siempre ha tenido problemas de salud, incluidos problemas dentales como caries, piezas rotas o encías vacías.  

   Hay textos egipcios de 2.600 años antes de Cristo en los que se recoge que curanderos y médicos trataban problemas dentales. Hipócrates, 460 años antes de Cristo, ya explicaba que había alimentos que perjudicaban la salud de los dientes y la boca. En China y la India se utilizaba la pasta de dientes varios cientos de años antes de la era cristiana y tenían descritas 75 dolencias bucales. Y los romanos  utilizaban el oro para hacer «apaños» dentales.                                                              

  A partir del siglo XIII, algunos barberos eran también «sacamuelas» que, sin higiene y sin anestesia, arrancaban los dientes y muelas que dolían.

    Es en los siglos XVIII-XIX cuando la profesión va cogiendo forma:
– 1728: Pierre Fauchard publica «El dentista cirujano» 
– 1790: se creó el primero sillón de dentista 
– 1839: empezó a funcionar la Escuela de Cirugía Dental de Baltimore

  En todas las expediciones médicas que hemos llevado a cabo en Nepal hemos identificado numerosos problemas dentales. Este año nos ha acompañado el Dr. Joaquín Gómez, de Zaragoza. Un dentista de los de toda la vida, que primero hacían medicina y luego estomatología. Se pertrechó con 30 kilos de instrumental, material odontológico y anestesia que compró por su cuenta y que hemos transportado hasta casi 3.000 metros de altitud en el Saipal Valley, al noroeste de Nepal.

   Shyam, nuestro guía, ha hecho de auxiliar asistiendo a Joaquín en cada una de sus intervenciones. Ha sacado entre 40 y 50 piezas todos los días en una zona de montaña donde no tienen acceso fácil al dentista. Al principio, los pacientes no estaban muy convencidos de que Joaquín no les fuera a sacar la pieza equivocada. Pero siempre están los valientes que se han atrevido a ser los primeros y, después de comprobar las habilidades de nuestro dentista, que usaba anestesia y que era una oportunidad que no podía dejarse pasar, todos se han puesto a la cola. Además, a cambio de los dientes que Joaquín se ha quedado, les ha regalado cepillo, pasta y colutorio. 
  





 


















La reina regente María Cristina de Habsburgo encargó al padre jesuita Luis Coloma que escribiera un cuento para su hijo Alfonso cuando se le  cayó el primer diente. Este cuento, El Ratoncito Pérez, era un relato de tradicional oral al que el padre Luis dio forma en 1894, en el que este ratoncito acompañaba al rey Buby (nombre con el que la reina María Cristina llamaba a su hijo) por su reino y le enseñaba a ser valiente, generoso y cuidar de sus súbditos. Un roedor imaginario que vivía en una lata de galletas de la confitería Prast de Madrid, próxima al Palacio Real. Este ratoncito se escapaba para entrar en las habitaciones de los más pequeños y recolectar sus dientes. Y este cuento se popularizó de tal manera que se creó el mito del Ratoncito Pérez, que recoge los dientes de leche de los niños y les deja a cambio una moneda, un caramelo o un chocolate.


Otros atribuyen el origen de esta historia de Luis Coloma a un cuento francés del siglo XVIII «La bonne petite souris» de la baronesa D’Aulnoy. Sea como sea, el mito del Ratoncito Pérez se extendió por toda España y latinoamérica. 
   Nuestro Joaquín, ha sido en Saipal Valley como el Ratoncito Pérez, porque ha sido valiente (llegar hasta Dhalaung y Kanda cuesta lo suyo y quedarse unos días tampoco es cómodo), ha cuidado de sus pacientes arrancándoles los dientes y muelas que ya no servían, y porque ha sido muy generoso donando al hospital de Chainpur todo el material nuevo que había comprado para esta expedición médica, regalando su tiempo y su gran profesionalidad.


María Antonia Nerín








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