De nuevo, Nepal. Kathmandu y su bullicio. Este año con unos niveles de polvo y contaminación extremos. No parece que hayan cambiado mucho las cosas desde el pasado mes de junio.
Tenemos pocos días y mucho que hacer. Al llegar, revisamos el cargo aéreo que ya ha sido retirado de la aduana y preparamos lo que vamos a llevar a Bal Mandir al día siguiente.
El orfanato de Bal Mandir es el más grande de Kathmandu. También se conoce como Nepal Children Organisation. El edificio, magnífico en tamaño y aspecto, estaba muy deteriorado ya antes de los terremotos de 2015. Fue legado por la última reina de Nepal. Tiene tres patios interiores, un jardín grande amurallado y un paseo delantero donde cabría casi un campo de fútbol.
Tras los terremotos, se ha tenido que desalojar y los 300 niños han tenido que ser alojados en otros edificios colindantes. En este recinto, antigua residencia del Primer Ministro, ahora se alojan sólo 78 huérfanos: 9 bebés (entre 24 días y 18 meses), 26 pequeños (entre 18 meses y 4 años) y 43 niños entre 5 y 11 años.
Estuvimos el sábado 4 de marzo para hacer entrega de:
* pañales
* arroz y lentejas
* material escolar
* medicinas
* cepillos de dientes
* leche maternizada en polvo
* camisas de uniforme
Los niños se arremolinaron en cuanto empezamos a descargar las bolsas en el patio del módulo de bebés. Ni con un agente del orden público como Paco Valero, pudimos llegar a controlarlos. A pesar de todas las carencias, sobre todo de mimos, son unos niños felices. Las cuidadoras se ocupan de ellos, pero son pocas para todos los que son; tienen ropa y comida, pero van sucios y algunos están desnutridos; van al colegio, pero afrontan la vida sin una familia.
Por la tarde examinamos a los más pequeños: talla, peso, auscultación, palpación abdominal y examen de genitales, tono, reflejos, habilidades adquiridas, además de identificar a los niños desnutridos, midiendo el perímetro braquial, y las anemias con el HEMOCUE prestado por el Hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Sanskrit, una de las enfermeras del centro, estuvo con nosotros toda la tarde, colaborando codo con codo con nosotros, anotando todo en la historia médica de cada niño, así como los tratamientos prescritos para los que lo precisaban.
Después de un día en Bal Mandir, se vuelve con sensaciones agridulces, tristeza por las historias de vida de estos niños, por su situación de desamparo afectivo; aunque también satisfacción por saber que tienen un techo y un plato, de que se están evitando los riesgos de la calle y de que podemos mejorar su estado de salud.
La alegría con la que reciben el más pequeño detalle, el entusiasmo con el que te abrazan, las ganas de interactuar, son un aliciente para superar todas las dificultades que se nos presentan cada vez que venimos en misión de ayuda humanitaria. Sin embargo, la impotencia de no poder hacer más en lo material y de no poder garantizarles una situación mejor en la esfera afectiva, nos sume en una impotencia manifiesta.
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